En los sistemas liberal-parlamentarios el capital gobierna, entre otras cuestiones, por medio del juego turnista entre dos bloques políticos aparentemente enfrentados. Cada uno instaura donde bien puede sus feudos y corruptelas, con amplios tentáculos extendiéndose hasta los últimos rincones de la sociedad civil, y pastorean cuando es necesario, en forma de socios de coalición presentes o futuros, a los partidos de las clases medias radicalizadas (que sueñan lejanamente con sustituirles).