Hoy el horror del Congo nos llega mediado por toda la opaca red del comercio mundial, donde el sudor y la sangre derramados en la esfera oculta de la producción parece desaparecer de la vista. Es un horror que se esconde en tecnologías refulgentes y promesas de “transición verde”, en los microprocesadores y las ubicuas baterías, en los coches eléctricos y los temibles drones militares.