La gentrificación es el barniz progreta que se le da a la commodificación de la vivienda familiar, o, dicho de otra manera, a la apertura al libre mercado de las viviendas familiares, lo cual lleva a que se generen oligopolios, corporaciones dueñas de cientos de miles de propiedades que luego se alquilan a precios muy inflados, o se mantienen vacías con el fin de especular sobre el resto del mercado.

La visión ultracapitalista que está prendiendo como mecha en Argentina —incluso entre las clases bajas, que es donde más debería ser resistida— ve con buenos ojos esta movida, y pone en serio riesgo la ya de por sí imposible tarea de conseguir el techo propio.

Con sueldos promedio que apenas arañan los trescientos dólares mensuales, se hace imposible acceder a una casa propia, que a valor de mercado hoy ronda los cien mil dólares. Esto empuja a innumerables familias a vivir eternamente alquilando, lo que presupone una injusticia social inmensa, ya que al final de la carrera laboral esas personas seguirán sin techo propio, y probablemente con una jubilación de miseria que no les alcanzará ni para alquilar una pieza en una pensión.

El problema es que más de la mitad de la ciudadanía argentina votó esto.